Pentamerón (2).

José salió de la carpintería donde trabajaba a prisa, tenía sólo una hora para cubrir la distancia que había entre la escuela y su lugar de trabajo. En realidad, su trabajo no le importaba tanto, su jefe era su tío por lo que de vez en cuando podía darse el lujo de desaperecerse medio día laboral, precisamente en una de esas escapadas, había conocido a María. Lo que lo tenía cabizbajo y con mucha incertidumbre era la actitud de María de los últimos días. Recordó lo que había pasado en la fiesta de Agustín, el fin de semana anterior, con verguenza. Siempre había tratado a su novia con respeto, no por falta de ganas de tener relaciones con ella, sino que la pureza de María era una de las cosas que más le gustaban de ella. Pero en esa fiesta, el alcohol, catalizador de su lujuria, lo llevó a cometer ese obscuro acto. Se arrepintió profunda y sinceramente, así se lo hizo saber a la dueña de su corazón el domingo. Ella aceptó, después de varias horas de diálogo, que regresaran bajo la promesa de él, dejaría de presionarla con el sexo y que nunca volvería a suceder una "bajeza" -como Pepe, la definió para demostrar aun más arrepentimiento- como la del día anterior. Al ver los ojos de María, él supo que su perdón era sincero y era un asunto pasado, por lo que no se explicaba el rechazo de María en estos pasados dias. Un par de dias de confusión, sin saber nada de ella, y no sabía que pensar, decidió ir a su encuentro, esperando poder aclarar lo que estaba pasando.

José llegó preciso para ver como los preparatorianos empezaban a abandonar el recinto de enseñaza, se sentó un arriate donde podía ver todo el panorama del éxodo. Cuando la vió, todas las personas a su alrededor desaparecieron, quedando sólo ella. Estaba más hermosa que nunca, tenía un brillo mágico y la amo más, la amo como nunca la había amado, era el amor hecha mujer. Todo lo que tenía planeado decirle se borró de su mente y se quedó paralizado, embelesado por esa mujer que nunca había visto pues la que aparecía ante sus ojos era otra María, más bella, más pura. Era una mujer única y especial, José se dió cuenta que no quería perderla jamás. Mientras ella se alejaba, él se quedó ahí, estremecido por lo sublime que ella era y un par de lágrimas rodaron por sus morenas mejillas. La vió desparecer entre esa horda de jóvenes y quiso alcanzarla, quiso ir tras ella para seguir contemplando sus perfectos rasgos pero no pudo, las piernas no le respondieron. Se quedo inmóvil en su lugar, pensando en los sucesos de sábado, se sintió peor que nunca, se maldijo por haber hecho lo que hizo y lloró muchas lagrimas más.

La tristeza lo embargaba, se sintió la escoria mas grande del mundo. Estaba iracundo contra él mismo. Emprendió la ruta hacia su casa, sin siquiera pensar en su trabajo. Lo único en su mente era encontrar un manera de redimirse con ella, pero principalmente consigo mismo. Al llegar a su casa, cogió una hoja y trató de iniciar la redacción de una carta para ella. Las palabras no llegaban a su mente, no podía hilar más de 2 frases juntas. Borrones, muchos borrones, otras veces arrugaba la hoja y empezaba de nuevo. Después de muchos intentos fallidos, sin pensarlo, cúal autómata, se dirigió a un rincón de su cuarto, encogió las piernas y se soltó en llanto. Era un llanto de sincero arrepentimiento, cada vez que recordaba la imagen de ella, lloraba más fuerte., Así pasaron las horas hasta que se durmió. El cansancio de expiar su culpa a través de todas esas lágrimas lo venció y durmió justo ahí, acurrucado en áquel rincón. Cuando despertó en la madrugada, pensó en ella hasta el amanecer. Al ver al sol, cayó en cuenta que desde ese nuevo día, el centro de su universo sería ella.


P.D. Espero sus comentarios, sorry por hacerlos esperar...